Ensayo sobre la mentira
- Abram Sinhache
- 2 nov 2015
- 2 Min. de lectura

Dr. House tiene, para mí, el peso suficiente para trabajar sobre esta premisa: “Todos mienten”, claro está, que es un error muy común el generalizar, además, este no es el primer ensayo que se hace sobre la mentira, lo cual advierte un marco histórico que da cierta validez y justificación a la idea de House, bien lo muestra Chava Flores en su canción A que le tiras cuando sueñas mexicano, que con más o menos palabras, refleja las mentiras blancas o piadosas en la cultura mexicana: “mañana voy a ir, mañana te pago, al rato te lo doy, sí, es mi primera vez, la última y nos vamos, sólo la puntita, mañana dejo de fumar”, así, las mentiras forman parte del ser y ayudan a sobrellevar el día a día.

No importa el tamaño, color o justificación, es frecuente pensar que las mentiras son hacia los demás, sin embargo, sólo refleja la poca claridad que hay consigo, se cree estar burlando de los demás, cuando en realidad pasa todo lo contrario, es como escupir al cielo. No es el lado consiente el que miente, sencillamente es el lado pendejo del ser, que no tiene idea de cómo justificar sus acciones/decisiones.
Para mentir se crean historias fantásticas, porque conjeturar y planear la estrategia, tiene que ser dignamente símil a una jugada de ajedrez o béisbol, es decir: hay que estar tres pasos delante del oponente, en este caso del mentido, para justificar las demás ficciones que ocultarán la original. Esta la labor se vuelve realmente titánica, cuando el mentiroso es sumamente transparente, tiene el detector de mentiras incorporado en cada falsedad, que lo incapacita para mentir. Lo delata el lenguaje corporal: se rasca la nariz, voltea los ojos para todos lados, suda frio, traga saliva, tartamudea… es inútil, se sabe que está mintiendo.

Una alternativa contra todo esto es: confrontando-se y reconciliando-se contra aquella verdad que se ha estado sacando la vuelta, tampoco se valen verdades a medias, ya que lo peor de la mentira es cuando se descubre, sea cual sea de los bandos que se juegue, de los mentidos o los mentirosos, se pierde credibilidad en la palabra, e incluso, yendo a un punto extremo: la personalidad, es decir, estar tan inmerso en las mentiras hasta no saber quien es en realidad.
Claro que el fin no justifica los medios, pero mientras permita hacer más llevadero el día a día: ah! Que rico es mentir.
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