El ciclo con mi chinpancé
- Abram Cantero
- 31 ago 2015
- 2 Min. de lectura

La vida es cíclica, es difícil concebir que cuando algo se quiere ir, es porque algo quiere entrar (Quetzal Noah, Teoría De La Fragilidad) en la alborada de nuestra inocencia no nos instruyen para soltar, por eso cuesta tanto trabajo: soltar un trabajo, una amistad, una relación, una posición económica, ya ni hablar de soltar ideas, sentimientos, certezas, razones; creemos tener una verdad absoluta y nos cerramos a creer otras cosas.
Creemos que por la inversión hecha (dinero, tiempo y esfuerzo) merecemos permanecer ahí y no es así, no tiene y no debe ser así. Supón que estás en un precipicio, manteniendo con una soga enérgicamente ese objeto imperdible, sea cual sea de los dos extremos que estés, el primero: en el borde del abismo sosteniendo ese apego que no quieres soltar, por aferrarte en mantenerlo, no te permite ver las dichas que tienes a tu alrededor y te aferras a la necesidad de sostener la cuerda, ya que si la sueltas, todas esas dichas que te rodean perderán significado; o puedes estar en el otro extremo, con el miedo de soltar por caer miles de metros al vacío, a lo desconocido, donde están las catástrofes que parecen insoportables y miles de demonios esperando. Yo estoy en el primer escenario.
Dentro de este proceso de aprender a soltar y fortalecerme en mis virtudes, hay trances que, cómo un chimpancé enfurecido sobre mis hombros, sitúa sus torpes manos sobre mi rostro, cegándome de tomar las riendas a donde quiero llegar, ser y estar, poderosamente me nubla la conciencia, le permito y le doy el poder de perderme en terrenos donde no quiero estar, haciéndome olvidar lo que soy.
Ese chimpancé he logrado con mucho o poco éxito someterlo, en mis momentos de lucidez he conseguido aprendizajes, pausados y tardíos pero aterrizados a un plano que me hacen sentir conforme, poco a poco me he logrado eximir de los mitos que me aprisionan en la cárcel que estuve a punto de construir y a donde mi chimpancé me estaba dirigiendo: es complicado, no voy a encontrar nada igual, es insoportable.
Poco a poco he logrado dominar y dejar de alimentar a ese chimpancé rabioso y colérico, lo he observado cautivo, paciente, esperando mis momentos de flaqueza para de nuevo colgarse a mis hombros y orillarme a perderme. Ahora, por lo menos cada que me encuentro con él tengo la convicción para enfrentarlo con la seguridad de proclamar “ese no soy yo”. Sé que seguirá ahí, lo iré perdonando poco a poco y le agradeceré por recordarme donde no quiero estar.
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