De Osvaldo y mariposas en el estómago.
- Abram Cantero
- 26 ago 2015
- 2 Min. de lectura
Estaré siempre agradecido con Julio Cortázar, gracias a él he logrado conocer-me en mundos análogos que a la fecha no advertía que podrían existir. Así que hoy, he decidido hacer un breve homenaje a mi escritor favorito, compartiré la idea de Osvaldo: el caracol de Cortázar, para transformar y construir-se a sí mismo.

Por hoy he abandonado la idea de apreciar mariposas en el estómago, seleccioné estratégicamente por transformarlas en caracoles, debido al proceso de reconstrucción que estoy llevando a cabo. No negaré que las mariposas son encantadoras por el brebaje alegórico que guardan: la oruga que obedece al transcurso paulatino y natural de convertirse en mariposa, si bien nos va, ya que hay ocasiones en que se tiene el infortunio de transformarse en un horrible y espantoso ratón viejo, que dicho sea de paso tengo que confesar mi fobia a estos seres inocentes pero aberrantes.
Es en la etapa del enamoramiento cuando logramos concebir las mariposas, esa metamorfosis sublime que disfruta nuestro estómago, sentimos la plenitud en su máximo esplendor, lo llevamos en las entrañas y todo parece ir de maravilla, la sensación del enamoramiento es todo un secreto, no porque verifique un código que no permita expresarlo, sino que deriva de una emoción que es inexpresable y “las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma” ahí es donde se guarda el secreto: que la emoción es indescriptible.
Los atributos de estos seres en el estómago son varios: son momentáneas, se transportan a diestra y siniestra a su antojo, eso es magnífico. Sin embargo, cuando se digiere un desamor y tiene que haber una restauración, lo ideal es transformar esas mariposas por caracoles, estos guardan la ventaja de marchar lenta y mansamente, curando poco a poco las heridas con la estampa de baba en su andar, así debe ser en el proceso de renovación; un proceso que se opere con lentitud, sin prisas, sin pausas.
Es en el período del enamoramiento donde profesamos, deseamos y anhelamos que esa correspondencia evolucione a la velocidad de años luz, de tal suerte que en la idealización suponemos tácitamente como florecerá hasta llegar a los nietos, pero el enamoramiento es mejor vivirlo en años caracol, porque cuando se ama largo y dulcemente, cuando se quiere llegar al término de una paulatina esperanza, es lógico que se elijan los años caracol.
Comparto el cuento de Cortázar para entenderlo mejor.
http://www.me.gov.ar/efeme/cortazar/marchas.html
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