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La monotonía de los milagros

  • Foto del escritor: Abram Cantero
    Abram Cantero
  • 24 ago 2015
  • 2 Min. de lectura

Como todos (creo) tengo una lista de cosas que detesto, no me di cuenta cuando la creé, fue hace ya varios años cuando descubrí que había ciertas características de gente que a los pocos segundos no podía soportar definitivamente, sin retorno. Honestamente me parece increíble como alguien puede llegar a caerme tan mal a los pocos segundos, en respuesta a esto me exilio en una isla desierta que mi mente crea para mí, ahí tengo una televisión enorme con cable, xbox y unas bocinas enormes donde puedo reproducir mi música preferida mientras contemplo el mar, recostado en una hamaca con una cerveza helada; es preferible eso a tener que soportar a gente que: me invita a formar parte a una red de mercadeo, organizadores de tandas, vendedores de productos por catálogo, gente que el único tema de conversación es el trabajo, pseudopolitólogos… mi lista siempre está presente, para alertarme con focos rojos de las personas que por experiencia no pueden aportar mucho a mi vida. Procuro no llenarla a menudo para no cerrarme a nuevas oportunidades ni volverme un amargado.


Sin embargo la semana pasada agregué un nuevo elemento: el cine hollywoodense, decidí ponerlo justo en seguida de los libros de auto ayuda (mi último agregado), decidí agregarlo por inconformidad con mi realidad, donde demuestran a través de una superproducción para vender el cliché gastado y tedioso de que los milagros ocurren todos los días, todo el día, ya saben, “abrir los ojos y estar vivo ya es un milagro”, entiendo esta parte que debemos estar agradecidos con lo que nos sucede en el día a día, pero hacer de eso todo un marketing lateral y subversivo a la realidad general de las personas con situaciones y contextos sumamente diferentes me parece un descaro. Sus historias no tienen nada que ver con mis historias, y el único vínculo que puedo generar es el interes por comprar la idea de que mi vida debe ser así: impactante, rápida, efímera, para ser susceptible a recibir esos “milagros” que transformarán mi vida en un parpadeo, no estoy dispuesto.


Yo también tengo mis milagros, desde mi historia y con las demás historias que me comparten. Es sólo que a veces la periodicidad de lo cotidiano hace tan insignificante e irrelevante la existencia; ahora tengo un propósito, probarme cada hora que estoy vivo, solamente eso, ese será mi magnífico milagro, cada hora tengo que realizar algo que me recuerde que estoy viviendo, más no existiendo, quizás llegue el día en que esté tan acostumbrado a los milagros que me convierta en uno, un milagro no estigmatizado por las maquetas de Hollywood, sino uno real, de carne y hueso. Bajo esta plataforma ahora caigo en cuenta; no es que odie los milagros, odio la monotonía que no me permite observarlos.


 
 
 

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