Espejo Retrovisor
- Abraham Cantero
- 18 mar 2015
- 2 Min. de lectura

Viajar con Angélica siempre es un placer, bueno casi, hace chistes malos, hacemos y compartimos reflexiones, tengo la mala costumbre de mirar al frente siempre que manejo, y digo que es mala costumbre porque ella, aparentemente, cree que estoy atento detalladamente a todo lo que pasa a nuestro alrededor en nuestro viaje: los nombres absurdos de las tiendas y carnicerías, perros que destacan por su curioso andar, por su parecido con el dueño, por la peculiaridad en su pelambre, vestimentas de los transeúntes, en fin, ella convierte cada travesía por muy corta que sea en toda una serie de relatos dignos de escribir un libro (o un blog en este caso).
Pero hay detalles que ella no puede ver, sólo yo, y esos son los que me encantan, por ejemplo cada que volteo al retrovisor, tengo un campo visual que me alerta de los autos que vienen, quien me puede rebasar, si algo se acaba de caer de la camioneta (el motor), alguna persona que creí conocer y no alcance a saludarla por efecto de la velocidad y mi mala costumbre de atender al frente, sin embargo, dentro de todo ese campo visual que me ofrece el retrovisor, la esquina inferior derecha pertenece a ella, puedo ver parte de su frente, acompañada por alguno de sus rizos, ese detalle me hace pensar que está ahí, más que físicamente, no importando que tan concentrado pueda estar del mundo exterior a través del retrovisor, ella está ahí, siempre presente, y no importa cuántos autos, motocicletas, ciclistas y peatones pueda ver a través del retrovisor, ella va a estar ahí, asomándose, aunque solamente pueda distinguir parte de su frente y sus rizos.
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